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Fecha: Tue, 30 May 2006 00:16:02 -0300
Asunto: [Conciencia_Universal] Extraterrestres en la antigüedad: América
Los colonizadores espaciales de las Américas
El continente americano es otra porción del planeta
que guarda las misteriosas marcas del pasaje de extraterrestres por la
historia: Palenque, el dios Quetzalcóatl, las figuras de Nazca, el
candelabro de Paracas, las Piedras de Ica... Y tantos otros
interrogantes.
![]() Cuando el doctor Alberto Ruz Lhuiller entró por
primera vez al interior de la pirámide de Palenque, ya debía tener la
intuición de que encontraría algo muy interesante. Como miembro del
Instituto Nacional de Antropología de México, él conocía lo suficiente
de la cultura maya para presentir que aquella pirámide en peldaños
contenía alguna cosa especial, lo bastante para colocar su nombre
definitivamente en los anales del Instituto.
La pirámide de Palenque queda en la entrada de la península de
Yucatán, el gran brazo de tierra que separa el golfo de México del mar
del Caribe. Palenque forma parte de un gran complejo de ruinas que
testimonian la presencia de la civilización maya en el territorio que
hoy pertenece a cuatro países: México, Guatemala, Honduras y Belice.
En el día 15 de julio de 1952, Alberto Lhuller (el descubridor de
la pirámide de Palenque) y una pequeña expedición científica se
aventuraban a penetrar en aquella enorme construcción. He aquí su
relato:
“En el día 15, pudimos mover la piedra y entrar en la misteriosa
cámara que veníamos procurando tan ansiosamente desde 1949. El momento
de trasponer el umbral fue, por cierto, de indescriptible emoción. Yo
estaba en una cripta espaciosa, que parecía tallada en hielo, pues
tenía paredes cubiertas por una capa calcárea lustrosa, y las numerosas
estalactitas que pendían de las bóvedas como cortinas, y las grandes
estalagmitas suscitaban la impresión de enormes cilios. Esas
formaciones calcáreas eran resultado del agua de lluvia que se filtraba
a través de la pirámide durante mil años.”
En las paredes del templo, enormes figuras representaban los
guardias del sarcófago. Todos ellos poseían pico de ave y las largas
plumas del pájaro místico quetzal, que representaba Quetzalcóatl el
dios Venus para los mayas. En el centro del templo, un enorme monolito
tapaba un sarcófago inviolado.
Ahora ya acostumbrado con los grandiosos monumentos de la
civilización maya, el doctor Alberto Lhuiller se espantó con el tamaño
del sarcófago: “Lo que más me sorprendió en esta cripta fue el enorme
monumento que la ocupaba casi toda. Imaginen una piedra horizontal de
3,80 por 2,20 m, esculpida de los lados y en la cara superior,
reposando sobre un bloque monolítico cuyos lados son igualmente
esculpidos”.
El monolito pesaba seis toneladas y la expedición tuvo que
erguirlo con los únicos instrumentos a disposición en el interior de la
pirámide: dos macacos de automóvil. Y lo que ellos vieron no los
decepcionó.
En el interior del sarcófago había un esqueleto de un hombre de 40
a 50 años, con una máscara de jade y perlas en las manos.
Aparentemente, nada había en él de anormal, a no ser el hecho de poseer
1,73 de altura, cuando los mayas nunca pasaban de 1,55 m.
El mayor choque sucedió cuando las linternas iluminaron la laja de
seis toneladas que protegía los restos de aquel ser. En aquel monolito
de casi 4 m de altura estaba registrada la descripción más explícita,
hasta ahora encontrada, de un astronauta de la Antigüedad en el comando
de su nave.
![]() Cualquier cabeza libre de preconceptos puede percibir que aquella
laja registra un ser manejando comandos manuales y pedales, mirando a
través de un visor en dirección a símbolos celestes. Este ser parece
estar instalado en el interior de una nave de características
contemporáneas, en la cual existen llamaradas de fuego saliendo de su
parte trasera.
Obviamente, es extraño un astronauta andrajoso, como un indio,
comandando una nave espacial. Mas no se debe encarar esta
representación como un retrato realista. Los escultores de aquella laja
probablemente no vieron la nave y su ocupante, pero supieron de sus
características a través de relatos pasados de generación en generación.
Palenque es apenas uno de los misteriosos monumentos de piedra
encontrados por las Américas. Por eso ninguno hasta hoy sabe responder
con absoluta certeza cuál era la función de aquellas inmensas y
perfectas construcciones de roca que el tiempo no destruyó. La
tradición de los pueblos americanos habla de gigantes y dioses venidos
del espacio a bordo de naves voladoras, pero la antropología oficial no
acepta cualquier relación entre esas leyendas y las construcciones
titánicas, y no explica tampoco otras cosas: los mayas tenían un
calendario astronómico y astrológico avanzadísimo, mas aparentemente
desconocían la rueda; cada escalón de las pirámides mayas fue
construido según una orientación milimétrica de esos calendarios; los
mayas sabían que Venus tiene 584 días por año, y calcularon que el año
terrestre tendría 365,2420 días (las computadoras modernas afirman que
el año exactamente es de 365,2422 días); sus tablas astronómicas
abarcan períodos de 400 mil años.
¿Los mayas aprendieron esas cosas por sí mismos? ¿Cómo puede un
pueblo de conocimientos tan impresionantes entregarse a la práctica de
sacrificios sangrientos de sus niños y jóvenes, en honra de los dioses?
¿Quién enseñó esos conocimientos a los mayas?
Popol Vuh: El libro sagrado de los mayasVeamos algunos trechos del Popol Vuh, este libro de los mayas
escrito en la lengua quichua. Infelizmente, la traducción fue
adulterada en parte por traductores españoles, pero no deja de ser muy
interesante:
“El nombre del lugar para el cual (los dioses) Balam-Quitzé,
Balam-Acabe Iqui Balam se dirigieron a la caverna de Tula, siete
cavernas, siete gargantas. También los Tamub y los Ilocab se mudaron
allí. Era este el nombre de la ciudad donde recepcionaron a sus
dioses... Unos, después otros, dejaron los dioses atrás, y Hacavitz fue
el primero... También Mahucutah abandonó su dios. No en tanto, Hacavitz
no se escondió en la floresta, mas desapareció en el interior de una
montaña desnuda...”
¿Eso no parece la versión de un motín de los colonizadores?
Sigue el Popol Vuh: “Dice que (los primeros hombres) fueron
creados y moldeados; no tuvieron madre ni padre, pero, a pesar de eso,
eran llamados hombres. No fueron nacidos de una mujer, no fueron
producidos por un creador o formador, ni por Alom y Caholom, mas sí
creados y formados por milagro, por encanto...”.
Y Popol Vuh parece tener también su propia versión del Diluvio:
“(Los dioses) miraban a la distancia y podían discernir lo que
sucedía en el mundo. Cuando ellos miraban, veían todo alrededor, la
cúpula del cielo y el interior de la Tierra. Sin moverse, ellos veían
que todo se ocultaba en la distancia. Ellos veían de una sola vez el
mundo entero del lugar que estaban. Su sabiduría era grande. Sus ojos
alcanzaban cada arboleda y montaña y lago, cada colina, mar y valle. En
verdad, ellos eran hombres asombrosos.
”Entonces los dioses cubrían sus ojos con un velo e hicieron que
las cosas se empañaran como cuando el hálito toca el espejo. Entonces
ellos sólo pudieron ver lo que estaba cerca y claro. Así, ellos
destruían todo el conocimiento de los primeros hombres.”
Existen semejanzas entre el Popol Vuh y el Viejo Testamento que
dispensan mayores comentarios, como esta extraída de la Parte 2,
Capítulo 2:
“Para toda aquella gente, la naturaleza de tal árbol era
maravillosa, por lo que sucedió en el momento en que pusieron entre sus
gajos la cabeza de Hun Hunahpu. Y los señores de Xibalbá ordenaron:
‘¡que nadie venga a recoger de esta fruta! Que nadie venga a ponerse
debajo de este árbol!’”
Recordemos una vez más que este es el libro sagrado de los
quichuas, uno de los pueblos que hicieron parte de la civilización
maya, y que fue escrito muchos años antes de que los españoles
surgieran con la Biblia, uno de sus más poderosos instrumentos de
dominación.
Quetzalcóatl“Quetzalcóatl”
es una mezcla de las palabras “pájaro” (quetzal) y “serpiente del agua”
(cóatl). Quetzalcóatl era adorado por los aztecas como el Gobernante
divino de la segunda Era, la Serpiente Emplumada, el Pájaro del Trueno,
el Lucero de la Mañana. Tradicionalmente, era identificado con el
planeta Venus.
![]() Curiosamente, ¿esa historia no es muy semejante a la leyenda del
Oannes de Sumeria, distante millares de kilómetros de Mesoamérica? Por
lo tanto, ¿qué habría en común entre los sumerios y los aztecas? ¿La
Atlántida?
La leyenda todavía cuenta que Quetzalcóatl se estableció en
Teotihuacán, la monumental ciudad religiosa que hoy se encuentra en
territorio mexicano. Y “Teo-Ti-Hua-Khan”, en el antiguo Egipto,
significaba “la cabeza de la ciudad de dios, la capital consagrada al
Sol”.
O bien podemos notar que antes del Gran Imperio Inca, los
tiahuanacos, a orillas del Lago Titicaca (Perú) conocieron a un símil
de Quetzalcoátl: Viracocha, otro “dios instructor”. Las similitudes
entre las historias de ambos es más que evidente.
Las Figuras de NazcaEn el día 22 de junio de 1939, a pocas semanas del inicio de la
Segunda Guerra Mundial, el astrónomo norteamericano Paul Kosok
sobrevolaba el Sur del Perú cuando avistó algo en la superficie que lo
dejó aterrorizado. Él corrió hasta la cabina del piloto de la Fawcett
Lines, pero el piloto no se espantó con las marcas que se veían allá
abajo. En verdad, ellos ya conocían aquella faja desértica cerca de la
frontera chilena como “los terrenos de aterrizaje pre-históricos”.
Estos terrenos están en Nazca
y representan uno de los más gigantescos complejos de obras humanas de
la Antigüedad. Son figuras inmensas de animales dibujados en el suelo,
mezclados con las rectas paralelas y perpendiculares que recuerdan
inmediatamente las pistas de los modernos aeropuertos.
Nazca es uno de los terrenos más secos de todo el mundo. El grado
de precipitación es “cero”, simplemente no llueve en Nazca, por eso, no
existe mejor lugar para registrarse las marcas en la piedra, marcas que
duran millares de años.
Algunos de los animales miden más de 100 m, y son decenas,
representando, entre otras cosas, una iguana, arañas, macacos, pájaros,
un perro, un pica-flor, peces, ballenas, fragatas, un pájaro con
pescuezo de serpiente, papagallos y simples caracoles. Los diseños son
de soluciones gráficas muy elaboradas e inteligentes, hasta para
nuestros tiempos. Los antiguos habitantes de Nazca dibujaron en el
suelo cada animal con una sola línea continua, que nunca se cruza. La
precisión y la inteligencia de los trazos es patente, siendo que dos de
aquellos animales impresionan particularmente por su avanzadísima
concepción visual: una araña y un picaflor.
¿Para que servían esos dibujos? No existe ninguna respuesta
definitiva. Algunos hablan de danzas rituales que seguían en fila por
las concavidades del suelo, otros hablan de una representación
astronómica grabada en el suelo, y hay quien habla de un campo de
aterrizaje para las astronaves.
Una cosa es indiscutible: los dibujos de Nazca fueron orientados a
lo alto. Al nivel del suelo, ellos no tienen el menor sentido; son
apenas líneas sin lógica esparcidas por del desierto.
Los Misterios de ParacasA pocos kilómetros de Nazca, en la costa peruana, se encuentra el
“candelabro” de Paracas. Está cavado en la roca, y representa una de
las más gigantescas formas de manifestación cultural de todos los
tiempos –un dibujo tallado en el abismo con 183 m de altura. El
“candelabro” (otros prefieren el “tridente”) es visible a 20 km de la
costa.
Algunos estudiosos arriesgan que este monumental diseño fue un
marco de orientación para las naves que se dirigían al campo de Nazca.
Es sólo una hipótesis, mas existen otros misterios en Paracas que
todavía no fueron esclarecidos. Como, por ejemplo, las momias de
jóvenes mujeres decapitadas en Paracas. Cuentan las leyendas que allá
existía una “escuela quirúrgica de peritos en intervenciones
cerebrales”, lo que explicaría las diversas momias con el cráneo
cortado que fueron descubiertas en Paracas. Pero no es sólo eso: las
leyendas locales también hablan de serpientes voladoras y hombres
voladores que usaban grandes anteojos.
Las Piedras de IcaAlgunos kilómetros al norte del complejo Nazca/Paracas está la
ciudad de Ica. En 1961, el profesor Javier Cabrera Darquea descubrió
que piedras extrañamente dibujadas estaban siendo comercializadas por
los indios locales como souvenirs o pisapapeles.
![]() Once mil piedras después, el profesor Darquea llegó a la misma
conclusión del arqueólogo americano George Squier, que vivió en la
mitad del siglo XIX: “En la cultura peruana existirían dos épocas
distintas: una situada en un pasado lejano, detentora de avanzada
tecnología y cultura, y otra –la de los incas– muy próxima del hombre
contemporáneo”.
Las piedras de Ica registran animales prehistóricos como los
megaterios (perezosos-gigantes), megaceros y mamutes. Según el profesor
Darquea, existen piedras que documentan los ciclos reproductivos de los
dinosaurios, de los megaquirópteros (un murciélago gigante
pre-histórico) y del agnato, un pez primitivo sin maxilares que vivió
hace 4-5 “millones” de años.
No hay solo imágenes pre-históricas en las piedras de Ica. Existen
retratos detallados de operaciones de cesáreas, de transfusiones de
sangre, transplantes de hígado y de corazón. Y existen también
estrellas, cometas, y hombres mirando para el espacio a través de
lunetas.
Cuentan las leyendas incas que fue en Tiahuanaco donde los dioses
se reunieron para crear a los hombres. Tiahuanaco está en el margen
boliviano del lago Titicaca, a 3.812 m de altitud, y sus ruinas,
datadas de 3.000 años atrás, están llenas de inmensos bloques de
arenisca de hasta 10 toneladas algunos con agujeros de 2.5 m de
profundidad. Hay también, como apilados en un canto, conductores de
agua tallados en la piedra, midiendo precisamente 2 m de largo. Tales
conductores impresionan por su precisión y por los cantos lisos,
pulidos y exactos. Algunos autores, por el hecho de que el agua no
necesita de conductores tan sofisticados, levantan la hipótesis de que
tales caños se prestarían al transporte de alguna forma de energía.
¿Quién talló esos conductores? Y, ¿quién construyó la enigmática Piedra del Sol en un único bloque de roca de 12 toneladas?
Según la tradición local, hace muchos milenios, allí surgió una
nave espacial dorada, proveniente de las estrellas. De la nave
descendió Orejana, la madre primitiva de la Tierra, que poseía apenas
cuatro dedos ligados por una especie de membrana. Después de generar
setenta hijos terrestres, Orejana volvió en la nave dorada hacia las
estrellas. (Algunos de los monumentos de Tiahuanaco poseen extraños
seres de cuatro dedos.)
La tradición inca demás cuenta que estos hijos de Orejana eran
“grandes hombres blancos barbudos que habían ejecutado lajas con
algunas letras (...). Aparte de su crueldad y su ferocidad, practicaban
públicamente el abominable vicio de la sodomia”. Ellos medirían 6 m de
altura, y se alimentarían de tiburones, ballenatos y grandes peces.
Una leyenda HopiEsparcidos por los Estados de Arizona y de Nuevo México existen
todavía 18 mil indios hopi. Los hopi son considerados indios especiales
de la América del Norte, tanto por el avanzado aprendizaje cultural de
sus antecedentes pre-colombinos, como por los extraños complejos de
moradas en la roca.
En el “Book of the Hopi” (de Frank Waters, Nueva York, 1963), se
lee que para aquella tribu el primer mundo habría sido el cosmos
infinito, donde existiría Taiowa, el creador. Sus ancestros habrían
conocido diversos mundos antes de escoger la Tierra. Una leyenda hopi
citada en este libro cuenta que en los tiempos antiguos hubo una lucha
por la Ciudad Roja del Sur, y que todas las tribus eran formadas por
“kachinas” –seres no-humanos y no- terrestres– que actuaban como
consejeros y protectores de la tribu. A cierta altura de los
acontecimientos, los hopis habrían sido cercados por enemigos en la
Ciudad Roja del Sur, cuando entonces fueron auxiliados por los
kachinas, que providenciaron túneles subterráneos en tiempo record.
Después los hopi se retiraron, a través de esos túneles, por detrás de
esas líneas enemigas, los kachinas así habrían hablado: “vamos a quedar
aquí para defender la ciudad. Todavía no llegó la hora de nuestro viaje
para nuestro planeta distante”.
Lo que cuentan los indiosEn las leyendas de los indios brasileros, en sus ritos que, poco a
poco, se disipan de sus más viejas tradiciones, existen referencias
sorprendentes del contacto de sus antepasados con seres “muy
poderosos”. Pero no siempre la mentalidad civilizada consigue entender.
El Brasil obviamente no escapa de los registros del pasaje de
seres fantásticos en un pasado muy remoto. Infelizmente, casi no
existen investigaciones específicas dedicadas a este tema. La
antropología considera a las leyendas indígenas como fruto de una
imaginación inocente, la misma que transformó Caramuru en divinidad. Y
muy pocos acostumbran pensar en esas leyendas como registros históricos
desfigurados por el tiempo.
El escritor suizo Erich von Däniken, fue a realizar
investigaciones al Brasil, después del gran suceso de “¿Eran los Dioses
Astronautas?”, alrededor de 1972. Este libro, lanzado en 1969, no fue
el primero en tratar la presencia de extraterrestres en la historia.
Von Däniken no inventó este estudio, pero ayudó a popularizar esa
historia como nadie.
En el Brasil, von Däniken visitó las ruinas de Siete Ciudades, en
el Piauí, donde puede atestimoniar su absoluto abandono, por parte de
las autoridades, y la total ausencia de investigaciones, en la época,
sobre aquel misterio heredado de la pre-historia brasilera.
Von Däniken disiente que se puede usar el término “ruinas” para
Siete Ciudades: “No existen restos de piedras esparcidos de manera
desordenada, que, otrora, podrían haber sido dispuestos en
construcciones irregulares. No existen, igualmente, monolitos con
cantos agudos y encajes artificiales, semejantes a los encontrados en
la altiplanicie boliviana, en Tiahuanaco. Ni procurando la manera más
metódica posible, ni recorriendo la fantasía más fértil e imaginativa,
serían discernibles allí los escalones, las escaleras, o rutas, en
cuyas márgenes, antiguamente, habría habido casas para vivir. ‘Siete
Ciudades’ constituyó un solo caos enorme, igual a Gomorra, aniquilada
por el fuego del cielo. Allí, las piedras fueron destruidas,
desgranadas, fundidas por fuerzas apocalípticas. Y debe hacer mucho,
pero mucho tiempo que las llamas voraces contemplaron su obra de
destrucción total”.
La mayoría de las pinturas e inscripciones de Siete Ciudades están
a 8 m de altura del suelo, en paredes de difícil acceso, y permanecen
prácticamente indescifrables. Uno de los extraños símbolos es muy
parecido a la descripción del “vimana” (objeto volador) de la India
antigua.
Hablando con las EstrellasErich von Däniken también colectó algunas leyendas referentes a
visitantes del espacio entre indios brasileros. La primera de ellas fue
contada por el indigenista Felicitas Barreto, y dijo respecto a la
tribu de los caiapós, moradores del Alto Xingu:
“Lejos de aquí, en una estrella alienígena, se reunió un consejo
de indios que tomó la deliberación de mudar la aldea. Y los indios
comenzaron a cavar un agujero en el suelo. Ellos cavaban siempre más
hondo, hasta que saldrían del otro lado del planeta. El cacique fue el
primero en tirarse dentro del pozo, y después una larga y fría noche
llegó a la Tierra. No en tanto, los vientos allí eran tan fuertes que
el cacique fue llevado de vuelta para su tierra natal.
”Entonces el cacique relató su aventura al consejo, contando que
había visto un mundo bonito, azul, con mucha agua y muchas arboledas
verdes, y dio la sugerencia a los indios para que se mudaran a aquel
mundo nuevo. El consejo decidió aceptar la sugerencia del cacique y dio
la orden a los indígenas de torcer cuerdas largas de copos de algodón.
Y por esas cuerdas ellos descendieron por el pozo, despacio, para que
de la Tierra no fuesen tirados de vuelta para su planeta de origen.
Como hicieron una bajada bastante lenta, entrando en la atmósfera que
envuelve la Tierra, lograron terminar la gran jornada y, desde
entonces, viven en la Tierra.
”Al inicio todavía estaba en contacto con su tierra originaria, a
través de cuerdas, mas, cierto día, un mágico maleficio las cortó, y,
desde esa época, los indios esperan que sus hermanos y hermanas vengan
a la cima y ellos se reúnan en la Tierra...”
“¿Los indios todavía hablan con las estrellas?”, preguntó von Däniken a la doctora Felicitas Barreto.
“No hablan ‘en’ estrellas –respondió ella–, mas sí ‘con’
estrellas. Frecuentemente quedan sentados, horas, asegurándose en los
hombros, en una fila larga, sin proferir cualquier palabra. Si, después
de tal meditación, se pregunta a uno de ellos lo que hizo, ciertamente
él quedara debiendo una respuesta. No obstante, son de las mujeres que,
en aquellos instantes, los hombres están conversando con el cielo.”
“¿Estarían rezando?”, preguntó von Däniken.
“No, rezando no. Mantienen una conversación silenciosa con alguien de la cima.”
Bebgororoti: el visitante del cielo![]() La semejanza de esos trajes con el uniforme de un astronauta
parece obvia. Sucede que las fotos fueron tomadas en 1952, nueve años
antes de que Yuri A. Gagarin mostrara al mundo con qué equipamiento,
por primera vez, un hombre dio una vuelta orbital en nuestro planeta.
Existe una leyenda caiapó relacionada a ese traje ritual, la cual
fue narrada por Peret a Erich von Däniken. El indianista afirmó haber
oído la leyenda de la boca de Kubenkrakein, un viejo consejero de la
aldea de Gorotire en el río Fresco. Así habló, en resumen Kubenkrakein,
también conocido como “Gaway-Baba”, “el sabio”.
“Nuestro pueblo habitaba una región, lejos de aquí, de donde se
avistaba la sierra de Pukato-ti, cuya cumbre estaba y continúa cubierta
por la niebla de la incerteza, hasta hoy no levantada. El Sol, cansado
de su extenso paseo diario, se echó en el pasto verde, detrás de unas
arboledas, y Mem-Baba, el inventor de todas las cosas, cubrió el cielo
con su manto, repleto de estrellas colgadas. Cuando una estrella cae,
Memi-Keniti atraviesa el cielo para recolocarla en su lugar. Es esta la
tarea de Memi-Keniti, el eterno guarda.
”Cierto día, Bebgororoti, viniendo de la sierra de Pukato-ti,
entró por primera vez a la aldea. El vistió ‘bo’ (representado por el
traje de paja en el ritual), que cubrió todo su cuerpo de la cabeza a
los pies. En la mano llevaba ‘kob’, un arma de trueno. Todos los
habitantes de la aldea quedaron apabullados y se refugiaron en las
arboledas. Los hombres procuraron proteger a las mujeres y los niños, y
algunos intentaron luchar contra el intruso, mas sus armas se revelaron
frágiles por demás.”
El hombre contemporáneo, por lo visto, todavía no produjo un arma semejante a la usada por Bebgororoti:
“Toda vez que las armas de los indígenas tocaban en los trajes de
Bebgororoti, quedaban desintegradas y hechas polvo. El guerrero, venido
del cosmos, dio una risotada ante la fragilidad de las armas de los
terrestres. A fin de dar una demostración de su fuerza, levantó el
‘kob’ (el arma de trueno), apuntó para un árbol o una piedra y, en
seguida, destruyó ambas. Todos acreditaron que, con eso, Bebgororoti
quería promover sus intenciones pacíficas, pues no vino para hacer la
guerra con los indios. Y así continuó por largo tiempo.”
En seguida, según la narrativa de Kubenkrakein, se estableció la confusión en la tribu:
“Los guerreros más valientes de la tribu procuraron ofrecer
resistencia, mas nada podían hacer sino acostumbrarse a la presencia de
Bebgororoti, el cual nada intentó contra quien quiera que fuese. Su
belleza, la blancura resplandeciente de su piel, su gentileza y su amor
para con todos vencieron los corazones más recalcitrantes y cautivó a
toda la tribu. Todos experimentaron una sensación de seguridad, y así
quedaron siendo amigos.
”Bebgororoti, gustoso de luchar con las armas de nuestro pueblo y
de aprender lo que era preciso para tornarse eximio cazador, llegó a
superar, en el manejo de las armas, a los mejores entre los líderes
tribales, el ser el más valiente de la aldea. Poco después, Bebgororoti
fue aceptado como guerrero en la tribu. En seguida, fue escogido por
una joven para marido. Se casaron y tuvieron hijos hombre y una hija
moza, que llamaron Nyobogti.”
Como Oannes, en el Oriente Medio, y Quetzalcóatl, en Mesoamérica,
Bebgororoti también dedicó su tiempo a enseñar a los nativos lo que
ellos no conocían:
“Instruyó a los hombres en la construcción de la ‘ngob’, casa de
los hombres, hoy existente en todas las aldeas indígenas. En aquella
casa, los hombres hablaban a los más mozos de sus aventuras, y así los
jóvenes aprendían como actuar en la hora del peligro y como pensar. En
realidad, aquella casa era una escuela y Bebgororoti era el maestro.
”En el ámbito de la ‘ngob’ evolucionaban los oficios y las artes
manuales, perfeccionando nuestras armas, y todo lo que allá se hacía
era debido al gran guerrero proveniente del cosmos. Fue él que
instituyó el ‘gran consejo’ en el cual discutimos los problemas de la
tribu, y, al poco tiempo, se constituyó una organización más
perfeccionada, la cual facilitó las tareas y la vida cotidiana de
todos.”
¿Qué sería esa “arma de trueno”, el “kob”? El misterio aumenta
cuando se queda sabiendo que, “cuando la caza era difícil, Bebgororoti
tomaba el ‘kob’ y mataba a los animales sin herirlos. El cazador tenía
siempre derecho de reservarse para sí la mejor parte de la caza, mas
Bebgororoti, que no comía los alimentos usuales de la aldea, llevaba
apenas lo estrictamente necesario para él y su familia. Sus amigos
discordaban de esa actitud, mas él quedó irreducible en su modo de
actuar”.
La narración del indio Kubenkraiken ya parece suficientemente
fantástica hasta aquí, principalmente si tenemos en cuenta que esos
hechos pueden haber ocurrido en pleno Amazonas. Y el misterio aumenta
cuando “el visitante del cosmos” es tomado por una creciente nostalgia
por la sierra de Pukato-ti, de donde él había venido años antes.
“Cierto día, Bebgororoti no consiguió dominar su voluntad de
partir y abandonó la aldea. El reunió su familia, faltando sólo
Nyobogti (su hija), que estaba enferma, y partió de prisa. Los días
pasaron y Bebgororoti no fue encontrado en parte alguna. En tanto, él
reapareció en la plaza de la aldea, lanzando terribles gritos de
guerra. Todos pensaron que él habría enloquecido y procuraron calmarlo.
Sin embargo, en el instante en que los hombres intentaron aproximarse a
él, irrumpió una batalla feroz. Bebgororoti no hizo uso de su arma,
pero su cuerpo vibraba completamente, y quien lo tocaba caía muerto.
Así, los guerreros murieron uno después de otro.
”La lucha prosiguió por varios días, pues los guerreros muertos
resucitaban y, nuevamente, intentaban vencer a Bebgororoti. Lo
persiguieron hasta las cumbres de la sierra, cuando entonces sucedió
algo terrible, pavoroso, que dejó a todos sin habla.
”Bebgororoti se dirigió hasta el borde de la sierra de Pukato-ti.
Con su ‘kob’, destruyó todo a su alrededor, y, cuando alcanzó el tope
de la sierra, los árboles y arbustos quedaron pulverizados. En seguida,
hubo un estruendo pavoroso, que hizo estremecer a toda la región, y
Bebgororoti desapareció en los aires, envuelto en nubes y llamas,
fumaradas y truenos. Con esos acontecimientos, que hizo estremecer la
tierra, las raíces de los árboles fueron arrancadas del suelo, los
frutos silvestres perecieron, la caza sucumbió y la tribu comenzó a
sufrir de hambre.”
Felizmente, la leyenda caiapó tiene un final feliz, Nyobogti, la
hija de Bebgororoti se casó con un guerrero y dio a luz un niño. Cuando
la situación en la tribu comenzó a ser insostenible, Nyobogti partió
con su marido en dirección a la sierra de Pukato-ti, en busca de
alimentos.
“Allá, ella buscó un determinado árbol en cuyo ramaje se sentó con
su hijo pequeño en el cuello. Después pidió al marido que doblase los
gajos del árbol, hasta que las puntas tocaran el suelo. En el instante
que eso sucedió, hubo una fuerte explosión y Nyobogti desapareció en
medio de nubes, fumaradas, polvareda, rayos y truenos.
”El esposo esperó durante algunos días. Y ya estaba perdiendo casi
toda la esperanza y muriendo de hambre cuando, de repente, oyó un
estruendo y vio que el árbol desaparecido volvió a su antiguo lugar.
Tuvo entonces una sorpresa enorme, viendo la mujer delante, acompañada
de Bebgororoti, trayendo una cesta grande llena de alimentos jamás
vistos. Poco después, el hombre celeste se sentó de nuevo en el árbol
encantado y dio orden de doblar sus gajos hasta que las puntas tocaran
el suelo. Nuevamente, hubo una explosión y el árbol subió en los aires.”
A nuestros cerebros civilizados parece claro, que tal árbol era un
aparato de transporte físico o molecular, algo que hacía a las personas
ser enviadas hacia lugares desconocidos.
“Nyobogti volvió con el marido a la aldea y divulgó el mensaje de
Bebgororoti, que era una orden: todos los habitantes debían mudarse,
inmediatamente, para construir sus aldeas en el lugar donde recibirían
alimentos. Nyobogti dijo también que ellos deberían guardar las
semillas de los frutos, de las verduras y de los arbustos hasta la
próxima época de las lluvias, para entonces dejarlas en la tierra a fin
de obtener una nueva cosecha. Y nuestro pueblo se mudó para la sierra
de Pukato-ti, donde vivió en paz. Las chozas de nuestras aldeas se
tornaron más y más numerosas, y podían ser vistas desde las montañas
hasta el horizonte...”
Es en memoria de Bebgororoti que los caiapós visten su traje ritual.
La Crónica de AkakorKarl Brugger es un periodista alemán que se estableció en el
Brasil como corresponsal de la radio y TV alemana, siendo un perito en
historia, sociología y asuntos indigenistas.
Brugger conoció en Manaus, en el año 1972, un mestizo de la tribu
de los uga-mongulala, llamado Tatunca Nara. Grabó 12 horas de
declaraciones del mestizo y publicó el material en Düsseldorf, en 1976,
con el título “Die Chronik von Akakor” (La crónica de Akakor).
Veamos algunos párrafos del relato de Tatunca Nara:
“Al comienzo todo era un caos. Los seres humanos vivían como
animales, de manera irracional, sin saber, sin ley, sin labrar la
tierra, sin vestirse, sin siquiera cubrir su desnudez. Ignoraban el
misterio de la naturaleza. Vivían en grupos de dos o tres individuos.
No andaban derechos, pero gateaban. Así fue hasta la llegada de los
dioses, que les llevaron la luz.”
Según Tatunca Nara, esos hechos habrían ocurrido en una época localizada hace 15 mil años, en el 13.000 a.C.:
“Fue cuando, de repente, surgieron del cielo naves que brillaban
como el oro. Enormes señales de fuego iluminaban la planicie. La tierra
tembló y el trueno resonó sobre las colinas. Los hombres se curvaron en
humilde reverencia delante de los poderosos forasteros, que vinieron
para apoderarse de la Tierra.
”Los forasteros hablaron que su tierra natal quedaba en Xuerta, un
mundo remoto, perdido en las profundidades del cosmos. Allá vivían sus
ancestros y de allá ellos vinieron para transmitir sus conocimientos a
otros mundos. Nuestros sacerdotes dicen que era un reino poderoso, de
muchos planetas, numerosos como los granos de arena en la playa. Y
hablan también de que los dos mundos, el de nuestros antiguos dueños y
la Tierra, se encuentran de 6.000 en 6.000 años. Entonces, los dioses
retornan.”
Según el relato de los antepasados de los uga-mongulala, esos
“dioses” conocían el “pasaje de los astros y las leyes de la
naturaleza. En verdad, sabían de la ley suprema que gobernaba al mundo
(...). Gobernaron a los hombres y la Tierra. Sus naves eran más veloces
de lo que vuela un pájaro. De día y de noche, sus barcos, sin vela ni
timón, llegaban a su destino. Y poseían piedras mágicas para mirar a lo
lejos. Mirando por esas piedras, se podían distinguir ciudades, ríos,
colinas, lagos. Ellas reflejaban todo lo que pasaba en la tierra y en
el cielo. En tanto, la mayor de todas las maravillas eran sus
habitaciones subterráneas”.
Un día en el “año cero” (10481 a.C.), los dioses abandonaron la
Tierra. Y los mongulala, instruidos por sus visitantes, se abrigaron en
los subterráneos de Akakor.
En 10468 a.C. ocurre una terrible catástrofe que casi eliminó a
todos los seres vivos. “¿Qué sucedió en la Tierra? ¿Quién la hizo
temblar? ¿Quién hizo que las estrellas bailaran? ¿Quién mandó las aguas
brotar de la roca? Hizo un frío terrible y un viento helado barrió la
tierra. Hizo un calor tremendo y las personas murieron calcinadas con
su propio hálito. Hombres y animales huyeron de pánico. Intentaron
subir en los árboles, mas estos los repelían, llevándolos para las
cavernas, que caían sobre ellos. El que quedó por debajo, venía para
arriba. El que estaba por encima, caía en las profundidades”.
Tatunca Nara cuenta que sus antepasados mongulala se protegían con
éxito en los escondrijos subterráneos. En seguida, otra hecatombe
todavía más violenta se abatió sobre el planeta, pero los mongulala
sobrevivieron para salir a la superficie y contemplar un paisaje muy
diferente de lo que ellos conocían.
“La penumbra todavía estaba sobre la faz de la Tierra. El Sol y la
Luna estaban cubiertos. Entonces en el cielo aparecieron naves
imponentes, del color del oro. Grande era la alegría de los siervos
electos. Sus antiguos señores estaban de vuelta. De rostro
resplandeciente, descendieron en la tierra. Y el pueblo electo les
ofreció sus presentes: plumas del gran pajaro de la floresta, miel de
abejas, incienso y frutas. Todo eso los electos colocaron a los pies de
los dioses... Todos, hasta los más humildes, subieron de sus valles y
miraron a sus ancestros. No en tanto, fue pequeño el número de los que
vinieron para saludar a sus antiguos señores...”
La crónica de Akakor llega a los detalles de señalar las naves
usadas por esos “señores”: “El disco es de color oro, es hecho de un
material desconocido. Tiene la forma de un cilindro de arcilla, la
altura de dos hombres, uno colocado encima de otro. (...) No posee vela
ni timón. (...) Podía volar más de prisa que el águila más fuerte y
pasar por las nubes con la facilidad de una hoja danzando al viento”.
La crónica todavía registra un “vehículo exquisito” de siete piernas,
“que puede andar sobre las montañas y las aguas...”.
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