
En
pocas palabras, el escepticismo es la voluntad para dudar de lo
percibido y reunir evidencias objetivas para complementar el proceso de
juicio racional. Esencialmente, la “curiosidad” es un término que describe un número desconocido de mecanismos del comportamiento psicológico
que tienen el efecto de impulsar a los seres a buscar la información y
la interacción con su ambiente natural y con otros seres en su vecindad. Esta
curiosidad que caracteriza al humano tiene niveles de complejidad de
acuerdo al acopio de información, experiencia o conocimiento y la
capacidad individual de establecer asociaciones, sin embargo estas
asociaciones estarán sujetas a los métodos de “cómo asociar” la mayoría de ellos atávicos. Se podrían establecer a grosso modo tres niveles generales:
El
escepticismo no puede enseñarse como se enseñan las tablas de
multiplicar, sobre la base de una técnica dogmática de repetición, que
tiene por objeto marcar en la mente del estudiante de primaria las
operaciones y resultados básicos del producto de dígitos. El
escepticismo no podría basarse en su antítesis.
Y es que aunque
las tablas de multiplicar sean de gran utilidad para realizar
operaciones más complejas, no es sino hasta que se estudia el álgebra
en la secundaria, cuando se puede comprender cabalmente los fundamentos
matemáticos que sustentan este atajo de la suma repetida.
Al
igual que las tablas de multiplicar, el escepticismo es muy útil; es un
enfoque práctico ante las observaciones, ante los resultados de las
observaciones y ante las conclusiones de dichas observaciones. En anteriores entradas afirmé que:
Pero
esa voluntad no puede ser inculcada o enseñada utilizando los métodos
dogmáticos como los de las tablas de multiplicar. Cuando nos enseñan
las tablas no se nos explican las propiedades de la operación producto.
Los estudiantes de primaria simplemente se adhieren al dogma de la
repetición, sin posibilidad de cuestionamiento o duda.
Y aunque para el estudiante de primaria esa
repetición finalmente se transforme en una especie de base de datos
extremadamente útil, el método de enseñanza no deja de ser arbitrario.
Pero igualmente dogmático y arbitrario es el método de enseñanza del
lenguaje: Esto es una "silla", esta es la letra "A", la
conjugación del verbo satisfacer sigue las mismas formas que las del
verbo hacer (pasado de hacer en primera persona singular, hice; pasado de satisfacer en primera persona singular, satisfice), etc.
Ante
lo irracional de cualquier idioma, no hay mucho de dónde escoger.
Imaginemos lo bizarro que resultaría un alumno de primero de primaria
preguntando el porqué del verbo ser. Aprender cosas tan irracionales como el lenguaje requiere de métodos dogmáticos, no hay mucho que buscarle.
Pero
una vez que uno aprende las tablas de multiplicar y los procedimientos
básicos de la comunicación oral y escrita, la irracionalidad y el
dogmatismo pueden dar paso a otros métodos. La exposición a conceptos
novedosos aunada al fomento para que los estudiantes se conviertan en
curiosos investigadores, es una de las mejores alternativas para la
educación en las ciencias.
La curiosidad natural por entender el
mundo y sus relaciones es la base de donde pueden surgir el
racionalismo, el pensamiento crítico y el escepticismo. Sobre la curiosidad dice la wikipedia:
Esta
característica natural de búsqueda no es exclusiva del ser humano. La
compartimos con casi todos los organismos superiores, incluyendo
mamíferos, aves, peces y reptiles. Al parecer es una característica que
proporciona un medio de evaluar el contenido del entorno (peligroso,
alimenticio, protector, favorable para la reproducción, etc.). Dice el
Dr. Miguel Ángel Macías, neurocirujano mexicano:
- Curiosidad común. Exploración no propositiva del entorno.
- Curiosidad propositiva ordenada. Observación.
- Observación sistematizada, avanzada o científica.
El
primer nivel de curiosidad es compartido con algunos peces y
crustáceos. El segundo lo compartimos casi con todos los organismos
superiores, incluidos el pulpo y el calamar y el tercero es el que nos
distingue de los demás organismos. Ha
sido ya reconocida la ineficiencia de la educación en México y
prácticamente en todo el mundo. La escuela tradicional, representada
por la mera transmisión o memorización de información, no ha
propiciado, significativamente, la formación de personas maduras,
ciudadanos solidarios y profesionales capaces.
Entonces,
si somos curiosos por naturaleza, ¿por qué importante divulgar el
escepticismo? ¿No sería suficiente con dejar que la naturaleza curiosa
obre por si misma en nosotros?
Es
necesario reforzar la curiosidad porque puede ser abolida cuando se
fomenta el uso extensivo de prejuicios y dogmas. Y es necesario
reforzar y divulgar el pensamiento crítico y el escepticismo para
reconocer estos prejuicios y dogmas.
Pienso
que los métodos de la educación tradicional, algunas costumbres de la
sociedad mexicana y también el principio de autoridad, no exclusivo de
la sociedad mexicana, son los principales obstáculos y amenazas para la
curiosidad, para el escepticismo y, por ende, para la investigación y
el desarrollo tecnológico en México.
Métodos de educación tradicional.
Básicamente se centran en el modelo del educando y el profesor. El
profesor sabe y por lo tanto enseña al educando. El educando es
ignorante y debe aprender lo que el profesor le enseña. Este modelo es
el que aun rige en las escuelas oficiales mexicanas, y en muchas de
corte particular. Escribe F. Javier Haro del Real un editorial en la
revista Sinéctica:
Pero
reconozcamos que de esa manera fueron educados Newton, Leibinitz,
Einstein, Laplace, Rutherford, etc. Incluso así también fue educado Mario Molina.
Pero entonces, si el esquema educativo tradicional no es la única causa
de que en México no haya tanto desarrollo científico y tecnológico ¿Qué
otras causas hay?
Yo pienso que la idioscincracia del mexicano es un gran escollo a vencer.
Idioscincracia mexicana. No
sólo la educación escolarizada es responsable de la formación (o
deformación) de los estudiantes, también influye el ambiente familiar
que priva en muchos hogares mexicanos.
En muchas familias se
suele callar y reprimir a los infantes que preguntan y cuestionan al
mundo que les rodea. Sobre este punto es conveniente analizar dos
formas de curiosidad infantil, para diferenciar el comportamiento
familiar. Hay una curiosidad inútil, de la que todos hemos sido
testigos. Esa curiosidad es la que que no lleva a nada, que sólo es un
reflejo de la necesidad del infante por seguridad en el mundo. La otra
curiosidad es la que pregunta por el mundo, por su naturaleza, por su
comportamiento asombroso.
Citaré una fuente religiosa, que
explica muy bien el primer tipo de curiosidad infantil (y a veces no
tan infantil, pero inmadura a todas luces). Dice Pedro García, Misionero Claretiano:
Muchas veces reprendemos a las personas curiosas. Nos caen mal. Entrometidas en todo, no dejan una vida bien parada. Todos estamos con miedo a su lado, porque sabemos que un día u otro saldrán a relucir en público nuestros asuntos más personales. La curiosidad, así entendida, es desagradable, es mala, y no la podemos aceptar. La vida privada nos interesa mucho, y siempre corre peligro cuando una persona se mete a curiosear donde no le llaman...
El
otro tipo de curiosidad infantil es la que lleva a los críos a
preguntar el porqué del sol, del frío, de las plantas, del
comportamiento humano y animal. Este tipo de curiosidad debiera ser
fomentada, en vez de reprimida. El primero tampoco es malo, pienso que
simplemente es mal orientado en la mayor parte de las veces. Uno
de los grandes mandamientos de la ciencia es: «Desconfía de los
argumentos que proceden de la autoridad.» (Desde luego, los
científicos, siendo primates y dados por tanto a las jerarquías de
dominación, no siempre siguen este mandamiento.) Demasiados argumentos
de este tipo han resultado ser dolorosamente erróneos. Las autoridades deben demostrar sus opiniones como todos los demás.
Esta independencia de la ciencia, su reluctancia ocasional a aceptar
la sabiduría convencional, la hace peligrosa para doctrinas menos
autocríticas o con pretensiones de certidumbre. Los
argumentos de la autoridad tienen poco peso: las «autoridades» han
cometido errores en el pasado. Los volverán a cometer en el futuro.
Quizá una manera mejor de decirlo es que en la ciencia no hay
autoridades; como máximo, hay expertos.
Pienso
que las peores formas de atentar contra la curiosidad infantil, sea del
tipo que sea, son la represión y la respuesta absoluta, dogmática, la
que deja al niño sin palabras. Se puede adivinar que ambas se dan en
los hogares mexicanos con mucha frecuencia, dada mi experiencia
personal como mexicano y como profesor, y vistos algunos datos
interesantes sobre la inversón en Investigación y Desarrollo en México
y en el mundo.
La
represión inhibe la curiosidad gracias al miedo, al temor por el
castigo. La respuesta absoluta, aunque menos violenta, se introduce al
subconsciente infantil casi con igual facilidad que el terror:
respuestas al estilo de: "Las cosas del mundo son así, y no hay otra
manera de verlas o de concebirlas" son en las que se basan los
prejuicios sociales y culturales, sobre las que los memes negativos se propagan con más facilidad.
Incluso
cuando las respuestas de los padres son correctas y atinadas, inhiben
el esfuerzo infantil por encontrar sus propias respuestas (aunque estas
estén equivocadas en principio, el fomento del esfuerzo por continuar
intentando nuevas explicaciones debería prevalecer). La tentación por
utilizar el principio de autoridad paterna (materna también) bajo
cualquier circunstancia, también inhibe la curiosidad.
Principio de autoridad. Fuera del ámbito familiar,
este principio se manifiesta en conductas paternalistas de los
gobiernos y de las autoridades, valga la redundancia. En innumerables
ocasiones, las opiniones de autoridades se toman como verdades
absolutas, como dogmas de fe, como ley de hierro. Pero no siempre esas
opiniones son tan racionales y verdaderas como se pretende que sean.
Dice Carl Sagan en su magnífica obra "El Mundo y sus Demonios" (ISBN 84-08-03515-0):
Y
tenemos evidencias de que las autoridades cometen errores en todos
lados y en todas las épocas. Recientemente leía sobre la huelga en la
UAM, cuyo Sindicato no levantó el paro hace un mes por rechazar la propuesta
de las autoridades, que consistía en 4.25% de aumento (y el 100% de
salarios caídos). El Sindicato terminó aceptando ese mismo porcentaje
de aumento, con el 50% de salarios caídos, pero un mes después. Seguir ciegamente las opiniones de las autoridades (aún las sindicales) es un grave riesgo.
Otras causas.
También influye el inconsciente nacional que muchas veces se ve
invadido por mitos y leyendas sin fundamento alguno en la realidad, al
estilo del chupacabras
y otras tenebrosas figuras imaginarias. ¿Por qué la gente cree en estas
cosas? Eso es asunto de otras entradas, pero lo que es un hecho es que
existen este tipo de creencias irracionales y que son un obstáculo para
una verdadera formación científica y tecnológica de los mexicanos.
Por
ello es que considero que el escepticismo debe seguir siendo promovido
y difundido. No sólo por su utilidad sino para ofrecer una alternativa
racional que haga contrapeso a los obstáculos antes mencionados, sin el
carácter forzoso de su prédica escolarizada.
Los escépticos
debemos convencer a los demás de las bondades del escepticismo, sobre
la base de sus logros y de su utilidad al adoptarlo para la vida
diaria. Se dice fácil, pero la tarea de luchar contra los obstáculos
obliga a continuar el esfuerzo.
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